Masquerade [Libre]

¿Cuándo fue la última vez en la que puso pie en la iglesia? La absoluta verdad era que no lo recordaba. Tantos años desde que entró a la casa de dios y no era hasta esos momentos donde recordaba dicho lugar. Siempre veía el templo donde los creyentes se reunían al caminar por las calles de Thanatos pero la idea de entrar nunca cruzó por su mente, ocupada en otros asuntos de mayor importancia. Sin una planificación previa esperó a que la noche cayera sobre la ciudad. A esa hora nadie quedaba en el templo y sacaría provecho de tal circunstancia para adentrarse en tan místico lugar. La luna en el cielo, tan perfectamente redonda y brillante, dibujaba su silueta a la perfección al asomarse entre las arboledas que rodeaban el lugar y quedar frente a la enorme entrada. Primero observó hacia la derecha, luego hacia la izquierda y posó ambas manos firmes sobre la madera. No fue hasta ese entonces que se percató de ello…

No podía entrar con Lucifer a un lugar como ese, ¿o sí? Quedaba claro que estaba condenado a nunca entrar al “reino de los cielos”. Era inmortal, mataba para poder estar con vida y sin duda todo eso iba contra las leyes de dios. Más sin embargo, en lugar de cuestionarse si entrar con el anillo era lo correcto o no, introdujo la mano con simpleza en el bolsillo y abrió de un empujón las puertas. ¡Que dios lo bendijera al estar allí! Un pensamiento sin duda, descarado. El interior de la edificación era justo como lo pensaba. Enorme, lleno de bancos e iluminado sutilmente por la luz plateada de la luna y allí, justo en el centro, el tan afamado altar. Los pasos no tardaron en llevarlo hasta frente del ya mencionado lugar y lo observó con detenimiento, perdiendo su mirada amarronada entre las imágenes y objetos allí.

Tantos años de vida habían hecho que su pensamiento respecto a todo lo que observaba se volviese tan conflictivo y a su vez no. Todo era un enredo que no estaba muy dispuesto a resolver en dicho momento. Con manos en los bolsillos caminó algo más por el lugar, sacaba la mano para pasar las páginas de la única biblia en el templo y al terminar bajó las escaleras en un par de saltos, quedándose de pie en medio de la enorme estructura la cual no se cansaba de observar y analizar. Nada, a salvo de él, era tan distinto a como lo recordaba…

El silencio que a aquel lugar embargaba hacía de sus pensamientos unos más profundos, haciéndolo divagar entre aquellos menos anhelados y en momentos recordándole cuando en su vida humana visitaba de vez en vez el templo. No podría decir que eran los mejores tiempos pero sí que el punto de vista que tenía del mismo seguía perfectamente intacto. Sin embargo, prefirió no divagar demasiado, no llegar a rozar esos incoloros pensamientos que le recordaban que muchos de esos que acudían a por la salvación, eran meras máscaras ocultando la realidad. Por ello mismo bloqueó toda clase de pensamientos al escuchar con notable claridad el rechinar de las puertas malgastadas. Con manos en los bolsillos, volteó al instante el cuerpo para encarar al individuo. La posición que llevaba era ventajosa, pudiendo distinguir la silueta del que ahora sentía claramente, era un vampiro, otro ser de la noche como él.

¿Quién lo pensaría? El último pensamiento al llegar a la iglesia era encontrarse con otro inmortal vagando en medio de esa noche adornada por la luna llena. Analizó lo más que sus ojos le permitieron a aquella sombra que veía moverse entre los bancos y dar un par de pasos, como si buscara algo entre la oscuridad de la estructura. En un primer instante pensó en hablarle pero se contuvo. En cambio, todavía con sus manos localizadas en el mismo lugar, inició una pequeña caminata. En lugar de caminar directamente hacia el vampiro caminó por alrededor de las bancas, rodeándolas y de ese modo quedar “escondido” entre las sombras y solo escuchándose el eco que cada uno los pasos producían. Detuvo los mismos al quedar atrás del recién llegado. Ahora sí podía serle visible y sabía que como vampiro que era, el chico ya debería saber que estaba allí detrás. Solo esperaba que no lo tomara como un sujeto amenazante, estaba lejos de serlo.

—¿Buscabas algo?—preguntó rompiendo el profundo silencio que regodeaba la atmósfera del lugar, haciendo eco su voz en el inminente vacío.

Tranquilidad, vaya cosa la que el sujeto buscaba. Mas sin embargo, no podía decir nada malo al respecto. La iglesia era uno de los escasos lugares del pueblo donde se podía estar en calma y reflexionar con uno mismo, pues fuera de ese la última opción era el castillo y el tan poco visitado cementerio, cosa que tampoco garantizaba que ibas a estar completamente solo y en calma. Siempre se corría el riesgo de que apareciera un curioso humano o en otro caso, un vampiro del tipo que solo buscaba ser amenazante y todo terminara siendo un mismo desastre. Ahora que lo pensaba, tampoco le vendría mal buscar esa calma de la que le hablaban. Aprovechó los escasos segundos que estuvo frente al vampiro más alto para analizarlo y distinguir apenas bajo la luz lunar uno que otro rasgo de su rostro, teniendo que seguirlo con la mirada hasta uno de los bancos. No lo pensó mucho para segundos después caminar hasta el banco que daba justo al frente al que el otro había seleccionado y tomó asiento. Se vio en la obligación de voltearse algo para encararlo y colocó un brazo sobre el espaldar. Mostrándose menos amenazante, sonrió suave tan pronto inició con la disculpa y negó con una mano la cual bajó segundos después.

— No te disculpes, en la iglesia pueden entrar todos.— dejó en claro. –Aunque tampoco esperaba encontrarme con alguien.—admitió de forma sincera y suspiró algo. Miró de reojo hacia el altar a la lejanía, viendo el crucifijo y demás cosas decorándolo de manera sencilla pero no por eso horrible. Ellas harían de los más miedosos un tormento pero en momentos como ese no estorbaban, era algo como si no existiera y el silencio en ese momento era el mejor aliado de todos. Se acomodó algo mejor en el asiento y volvió a mirarlo tras acomodar un par de cabellos detrás de la oreja propia.— ¿No te molesta si me uno a buscar tranquilidad contigo? –lanzó la pregunta con un tono que aunque al principio sonaría divertido, la realidad era que iba enserio. ¿Por qué lo preguntaba? Sabría que por su propia cuenta se iría de allí tan simple como ingresó, pero ahora estando ese joven que tanta curiosidad le causó frente a sí, no estaría tan mal intentar buscar “tranquilidad” por medio de una simple compañía.

Tras cada pequeño pero certero segundo que pasaba, sentía cierta curiosidad por ese joven de cabellos castaños que ahora se había convertido en su acompañante. No sabía si era por el hecho de que su mirada fuese algo peculiar o por el contrario, que también haya pensado el pasar por la iglesia de la misma forma en la que él lo había hecho. Más sin embargo, toda clase de atención en analizar al sujeto en el otro banco se desvió de golpe hacia otra dirección, más bien hacia la interrogante que fue lanzada de manera repentina. Esbozó una sonrisa con tintes de misterio y posó una mano sobre sus labios como si pensara, teniendo recostado el brazo sobre el resistente banco. Con suavidad desvió la mirada hacia las ventanas, perdiéndola allí por considerables segundos. ¿Qué contestar a tan curiosa pregunta? La respuesta estaba ahí, la sabía con claridad y solo era cuestión de decirla. Para él, muy en el fondo no todos eran demasiado dignos de entrar a la casa de dios. Sin prisa por contestar se pasó una mano por el cabello y encaró al sujeto. —No, no creo que todos sean dignos de entrar aquí. —hablaba de manera tranquila.—Ni tú ni yo deberíamos estar aquí.—sonrió de manera suave, sin aclarar del todo su punto de vista de quién era digno de entrar y quién no. Prefería dejarlo todo allí, en el misterio y sin ser conciso en la respuesta que debería darle al otro. Guardó completo silencio para darse el lujo de escuchar la opinión que el vampiro daba al respecto sobre dios, la iglesia y demás cosas que los rodeaban en esos momentos. — Pueden haberlo creado o no, quién sabe. —sobre el tema se podían hablar demasiadas cosas al respecto, tantas que podrían tomarse la noche tan joven para hablar al respecto.

—Todos tenemos ese ángel o demonio interno, algunas veces se ve, en otras no.—decía de lo más entretenido, mirando por intervalos de tiempo no muy largos la estructura y al vampiro, preguntándose, ¿quién era? Su forma de pensar respecto a esos temas se le hacía demasiado particular. Separó los labios para dejar escapar las siguientes palabras:—Los humanos dicen que lo último que se pierde es la esperanza, deben tener algo que los haga levantarse y no caer, así como tus preguntas te hacen venir hasta aquí y seguir preguntándote si tendrás a tu dios o tu demonio interno.—concluyó respecto a las últimas oraciones formuladas por éste.—Dime una cosa, ¿cómo te llamas?—no tardó en preguntar, directo al grano con lo que deseaba saber en ese preciso instante.

Por unos segundos pensó, ¿habría sido una molestia su interrogante? Lo llegó a pensar así al notar como el castaño se mostraba en un principio reacio, decepcionado por la forma tan brusca en la que cambió el tema y no muy a gusto con querer revelar aunque fuese un apodo por el cual llamarlo. No sabía si le molestaba pero al menos a él, le gustaría saber el nombre de la persona con la quien estaba hablando. No le iba a llamar de cada rato por su nombre pero algo le decía que saber el de él, que por ahora era un desconocido, valdría mucho la pena. Con la misma serenidad que fue observado devolvía el mirar ajeno, sin miedo por ser observado en los ojos como muchas personas. No tenía nada que ocultar en ellos al fin y al cabo. Al oír finalmente una contestación esbozó una ligera sonrisa, una cortés y a su vez muy sincera. Justo como haría él, ese vampiro evitó revelar su nombre verdadero y bueno, era un detalle que hasta ahora no necesitaba saber y la curiosidad tampoco le pedía averiguar.

—Mucho gusto, Uruha. —dijo primero con clara educación para luego, mirar la mano enguantada con curioso material parecido al cuero. Acto seguido, levantó la izquierda para poder estrecharla con la que le era ofrecido en una clara señal de presentación. —Hyde. —reveló sin tapujos el nombre por el que le podía llamar y asintió con levedad, sin borrar rastro alguno de la sonrisa en sus labios. Una vez estrechó la mano con el ahora un poco más conocido la retiró de manera suave, posándola de nuevo sobre el regazo propio.

—Entonces, ahora queda otra pregunta más…o una de muchas. —hablaba sin observarlo en lo más mínimo. Observó la mano que anteriormente se estrechó con la ajena, absorto en observar la sortija que por momentos lo hizo dudar de entrar a la iglesia. Luego de ello se dedicó a mirar el enorme largo del banco, haciendo un prolongado lapso de silencio en el que no se molestó en hablar. El silencio daba indicios de ser uno incomodo cuando la realidad que muy en el interior estaba formulando esa interrogante que no tardaría en lanzar al aire para continuar con el tema. Todo lo hacía de forma intencional. —Si no podemos estar aquí, ¿por qué lo estamos?—rompió el repentino pero profundo silencio de forma "brusca", provocando que las palabras hicieran eco una vez más. — Ese es el principio de muchas preguntas. — Sabía que el susodicho tendría tantas cosas por decir, podía notar en la mirada de éste lo apasionado que se comportaba por el tema tan lleno de misterios, como si estuviera obsesionado en la búsqueda de un ser superior a ellos, los pocos que pudieron zafarse de la mortalidad para vagar entre los no tan dichosos mortales; los que veían el pasar de los años y la forma en la que todos desaparecían para así quedar inmunes ante las manecillas del reloj. No podía negarlo, era un tema en el que tenía un amplio punto de vista pero deseaba saber más el de aquel chico que el suyo propio, uno que había estudiado y analizado por el pasar de todos los años que llevaba vagando entre medio de la noche y que por supuesto, ya tenía demasiado claro.

—Y algo me dice que tienes mucho que decir. —sonrió observándolo de soslayo, en la espera de lo que sabría, sería una interesante respuesta.

Se dedicó apenas a observar por unos instantes como se las arreglaba para atar la cintilla en su muñeca, acomodándola hasta que estuviera completamente sujetada y después dejó de prestarle atención a ese insignificante detalle para dedicarse a oír con atención cada palabra que según el sujeto, tendría que contestar al respecto. No necesitó ser adivino para saber que Uruha tendría demasiado qué decir respecto al tema tan interesante que trataban en medio de la iglesia, sentados en los bancos sin importar el tiempo que pudiera pasar o si otro curioso ingresaba en el lugar apenas iluminado por la luna. Pronto éste no tardó en comenzar a hablar y él no tardó en prestarle atención, apoyando una mejilla en una de sus manos empuñadas, justo en esa donde el brazo se sostenía del respaldo de la banca. Al principio llegó a pensar que el modo en el que se expresaba el vampiro era algo complicado, mas sin embargo llegaba a comprender a lo que deseaba dirigirse con sus palabras. Le llamó la atención el hecho de que hablase en general en un principio, significando que también lo incluía en el hecho de no encontrar esa “paz interna” que como vampiros eran pocos los que se jactaban de tenerla. Un breve análisis sobre las primeras palabras indicaba que el de guantes similares a cuero, tenía una existencia poco grata o que al menos no estaba contenta con la misma. Eso era algo que en cierto punto contrarrestaba con él, quien no tenía un punto de vista demasiado similar con el otro ser de la noche. Analizó todo lo que le decía de manera tranquila, predominando el silencio en el templo y solo escuchándose la voz del chico en todo el vacío hasta que éste finalizó con lo que le decía.

Por su parte formuló una pequeña sonrisa misteriosa, una que no podía reflejar con exactitud las reacciones o pensares que le trajeron a su mente las palabras que soltó de forma autómata el singular vampiro. La mano en la mejilla se abrió solo para pasarla por sus cabellos castaños, acomodándolos a cada uno en su lugar sin borrar aquel gesto de entre sus facciones. No lo miró en absoluto, más bien viendo hacia las ventanas donde las nubes ocultaban con levedad el resplandor de la luna llena. Parecía estar pensando en las palabras que le dirigiría al otro ser. —Me haces pensar que tienes una vida de la cual no estás muy contento. —soltó en una primera intención y en ningún momento observaba al vampiro.—Al decir que los humanos vienen hasta aquí para sentirse reconfortados, solo puedo creer eso, que como ellos puedes estar aquí para buscar ser escuchado, sentirte más reconfortado y encontrar esa paz interna que solo el perdón puede otorgar.—seguía hablando y finalmente se dignó en verlo por el rabillo del ojo.—Pero en fin, eso no es de mi incumbencia.—sonrió con suavidad, volteando el rostro en dirección a éste para mirarle mientras hablaba tras decir lo que las palabras del chico lo hicieron pensar con sinceridad.—¿Tan importante es saber qué hago aquí?—se atrevió a reír con levedad, cubriendo sus labios con una mano para finalmente, guardar un breve instante de silencio antes de disponerse a contestar la interrogante hecha por el otro como era correctamente debido.

—Mis motivos para estar aquí creo que son un tanto diferentes. —dejó en claro antes de poder dar una clara o posible explicación sobre qué hacía en la iglesia. —No me siento mal por algo, solo he llegado hasta aquí para poder reflexionar. —no aclaro qué era eso que lo hacía reflexionar.—Pienso que es un lugar muy curioso y que puede, de cierto modo, ocultar los secretos de muchos y no solo de los humanos.— hasta allí las razones por las que estaba asistiendo a la iglesia. A decir verdad, podría haber dicho muchas cosas el hecho que le intrigaba el por qué de una existencia como la de ellos cuando era supuesto que la vida eterna no era un regalo para los humanos, como también la frustración de que la “bendición” divina ya no era suya y demasiadas cosas. Por ello mismo decidió callarse todo eso, no queriendo hablar de más en una ocasión así. — ¿Cuáles otras preguntas te entusiasmarían responder? De ser así, hay muchas que se pueden hacer en un momento como este. —musitó con una sonrisa y acomodó de un simple movimiento el abrigo negruzco que utilizaba esa noche.