Llevaba muy poco tiempo de vivir en ese lugar, el cual como se le había dicho era por demás extraño, porque en la noche casi no había nadie por los alrededores, seguro por todas las supersticiones, que si bien era cierto que a él le causaban un pequeño nerviosismo, esa noche el insomnio se había posado en sus ojos y no lo dejaba conciliar el sueño, por lo que se cubrió con un abrigo largo y salió de casa, pensando que quizá el fresco de la noche y la tranquilidad de esta le devolverían su sueño, además de que a aquel leñador se le olvido mencionarle que el pueblo era de una extraña forma bello, porque las construcciones en su mayoría eran muy antiguas, casi ruinas, sin contar un trío de castillos que estaban casi intactos, como si el tiempo se hubiera detenido en estos y los cuales siempre veía de lejos. Aunque en cuanto a la madre naturaleza, se encargaba de hacer más hermoso el panorama.
La luna resplandecía en lo alto de un negro cielo tapizado de estrellas, el viento frío corría con suavidad, acariciando la piel del chico como una hoja de hielo lo que provocaba que su rostro enrojeciera un poco.
Caminó sin rumbo fijo pensando en demasiadas cosas a la vez, calmando el nerviosismo que su propia mente le provocaba, llegando hasta la playa, era obvió pues el salado mar podía escucharse y en el aire se percibía un aroma salino, animado corrió hasta encontrarse con un imponente y enorme faro, dudo unos instantes, pensando si debía entrar o no, al final decidió hacerlo y subió con lentitud, con una mezcla de ansias y miedo por la oscuridad del sitio pero esperando ver el esplendor de la naturaleza desde arriba.